EL ESCRITOR

A Mario Bellatin




El escritor construye entre cada palabra el espacio perfecto para guarecerse. Despojado de su estabilidad, intenta por medio de la escritura purgar cierta clase de mundo que le perturba. El de la muerte.
Al forjar palabras, el escritor asegura la inmortalidad de su mirada; se eterniza al jugar con la potencia exponencial de la interpretación (del lector)
La imagen es esta: los ojos del escritor (desde la página impresa y una realidad alterna) se abren a medida que el lector completa el juego sinérgico de la lectura. Conforme se tejen los significados (por medio de la asimilación subjetiva y la estructuración poliangular de las relaciones intersubjetivas respecto al texto) el escritor revive en tanto provoca la visión de mundos alternos (sus mundos alternos) a alguien que de facto no les conocía.

¿Qué tan fugaz puede ser una estrella fugaz como para no darte tiempo de decidir el deseo, quizás igual de fugaz, que le pedirías? ¿Qué tan fugaz puede ser un deseo como para dejarlo de lado justo cuando pasa la estrella fugaz que según tú, desde hace tiempo, pasaría justo debajo de ese trozo de cielo por el que algún día, desde tu perspectiva, pasaría una estrella fugaz?

El escritor no sólo es visionario, es forjador de visionarios. Para esto siempre hará falta un sujeto capaz de desarrollar —con la misma intensidad con la que él lo hace— la obsesión por las palabras.


Una extraña ley de la Física reza que cuando dos iguales se encuentran en el universo, estos tienden a aniquilarse
. . .

El escritor quiere ser escuchado; reconocido; legitimado; inmortalizado; aprehendido; devorado; exóticamente penetrado. Cuando dispone leer un texto, presta atención a los vacíos por éste generados, pues yacen en ellos los ojos misericordiosos de alguien que lo espía; que lo expía.


Cuando dispone leer un texto propio, no mira en él más que sus propios ojos juzgándole y burlándose de lo endeble que resulta la psique del sujeto; él, sujeto.

Y piensas. Y sabes que has perdido, que te has perdido, que lo has perdido. Y cambias. Y reconoces. Que el juego es de otro. Que sufres. No entiendes. Y hablas. Y hablas más de lo que callas. Y tocas por si acaso alguien escuchara. Y nada funciona porque hace ya un rato que eres sólo migajas.

La parte más profunda de sí, radica en la polifonía tántrica de todo aquello que estúpidamente le obsesiona. Su ser completo está siempre al borde del abismo. Pende de un hilo finísimo. Y el abismo en que, posiblemente, caerá no es sino la parte más liviana de sí mismo.


¿Por qué todo es tan putamente inexpresable? ¿por qué no se puede sólo mirar? No pienses. En absoluto. Todo así. Todo aquí es tan aburrido que decides hacerte daño. Has decidido maltratarte. Has decidido malpensarte. Son voces aisladas, sin voces que advierten al jugador de lo qué va a encontrarse. Todo es tan subjetivo. Todo es tan relativo. Todo es tan agresivo. Existe-No existe. ¿Al centro? Desmotivaciones. ¿A dónde vas tan temprano? Toma un atajo. Te ves cada vez más flaco. Te eres tan familiar. Te eres tan ajeno. Te ves tan extremadamente ajeno que rasgas tu piel anhelando hubiera alguien ahí dentro.



Hace música con la cual amenizar desiertos de agonía en los silencios; obsesiona y cae ante la certeza de que su propia escritura se extinguirá algún día y se consumirá a sí misma desde la médula que para él ella representa.

Enloquece, embrutece, deshace, desarma todo lo dicho. Vomitivo. Todo en estos momentos es vomitivo, diarreico, angustiante, nerviosismo al infinito. Toca. No toca. Retrocede. Hay un error en retrocede. Por qué la gente retrocede. Justo. Al borde. No puedes. ¡No! No estás. Aquí.


El escritor no quiere, sino ser castigado por pensar en todo esto. Se imagina (se fascina) abandonado, censurado, reprimido. Como no puede violentar todo esto que aniquila, pide en gritos desconsolados lo detengan; lo reprendan por haber renunciado involuntariamente al elixir que mantiene alejadas las jaurías de símismos que le acechan. Está despierto.


¿Miedo a qué? ¿A quién?¿A favor de qué? ¿De quién? ¿Por qué no lo puedo controlar? ¿Por qué no puedo hacer que se vaya?¿Por qué fingir que estoy bien? Estoy, estoy, estoy. ¿Por qué sólo a veces y no siempre? ¿Cuántos hay, aquí dentro, que me habitan?


Y tiene miedo.

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